Mi patrimonio generacional no es como el tuyo
Para muchas familias inmigrantes, la educación es el patrimonio generacional.
Para muchas familias inmigrantes, la educación es el patrimonio generacional.
La idea de generational wealth, o en español, patrimonio generacional, nunca se cruzó por mi cabeza hasta llegar a USC. Crecí pensando en tener autonomía propia para mejorar mis condiciones de vida y las de mi familia. Aunque esto nunca fue dicho explícitamente, lo entendí de pequeña.
El ejemplo fue que mi mamá, mi tía y mis primos lograban tener más oportunidades que generaciones anteriores. De ahí concluí que yo misma era capaz de forjar mi vida con esfuerzo y dedicación. Al lograrlo, podría ayudar a mi familia de la misma manera que mi mamá y mi tía lo hicieron con mis abuelos. El concepto de depender de mi familia de alguna manera, o aún más drástico,esperar que mi familia me ayudara para ser exitosa, nunca se me ocurrió.
Al mudarme a Estados Unidos, cree un propósito para mi misma: matricularme en una de las mejores universidades del país, lograr ser una profesional exitosa y mejorar la calidad de vida mía y de mi familia. En Colombia, yo vivía una vida de clase media. Mi mamá y mis tíos estudiaron en universidades y tenían buenos empleos. Vivía en casa propia y estudiaba en un colegio privado gracias a los esfuerzos de mi mamá.
Al llegar aquí, me mudé a una habitación que compartía con mi mamá y su esposo. Algún tiempo hasta dormí en un colchón al lado de su cama. Estudiaba en un colegio público donde me sentía incómoda y sin un lugar de pertenencia, donde no muy sorprendentemente se burlaban de mí por no saber inglés. Pero lo más difícil para mi fue ver como mi mamá pasó de ser una odontóloga con su propia práctica, graduada de una las mejores universidades de Colombia, a trabajar puestos de salario mínimo, limpiando concesionarios en las madrugadas.
Todos esos sentimientos de impotencia y confusión me llevaron a convertirme en una buena alumna con grandes propósitos y expectativas. En mis estudios vi una salida para lograr lo que mi mamá no pudo en EE. UU. Y lo logré. Logré ser aceptada en USC y otras universidades de su mismo nivel. Logré obtener becas y ayuda financiera para estudiar aquí.
Jamás me vi en desventaja con mis pares en la preparatoria porque, en mi cabeza, solo creía en la voluntad y disciplina para ser exitosa. Jamás pensé en tener ayuda monetaria de mi familia porque estaba consciente de que mis padres no podrían ayudarme.
Sin embargo, me sorprendí mucho al ver que muchos de mis compañeros en USC pagaban fácilmente la universidad, comida, alojamiento y todos los costos de ser estudiante. Aún más allá, pueden costear autos, salidas caras y todos sus deseos. Por algún tiempo, y en algunos momentos todavía, reconozco que siento cierto nivel de envidia. Porque yo no tengo uno o hasta dos fondos de fiduciario, o trust funds. Porque no soy yo la que puede gastar a mi discreción, sin tener que preocuparme de mi eBill cada semestre. Aún más impotencia me da al ver cómo muchos de mis compañeros con menos privilegios que yo tienen aún más dificultades económicas.
Por mucho tiempo creí que no tenía ningún patrimonio generacional, hasta que entendí que yo misma soy mi patrimonio generacional. Todas las enseñanzas de mi abuela, mi independencia, mi personalidad perseverante y mi privilegio de estudiar lo conforman.
Una noche, hablando por teléfono con mi papá, él me contó el orgullo que sentía por mí, pero aún más por mi mamá. Me contó que cuando mi mamá fue a entrar al programa de medicina de la Universidad Nacional de Colombia, el porcentaje de admisión era aproximadamente 2%. Mi mamá no solo logró ser aceptada, sino que también sacó la mejor nota del examen de admisión. Mi mamá sabía que esa era la única universidad que de alguna manera podría pagar. Este fue un privilegio que mi mamá y sus hermanos obtuvieron de mi tía Luz, quien dejó sus estudios para trabajar y que los demás pudieran pagar sus estudios.
El privilegio de estudiar siendo una mujer latinoamericana, fue poco común hasta hace muy poco tiempo. Sin embargo, ese siempre fue el deseo de mi abuela. Una mujer de un pueblo pequeño en los años cincuenta, sus oportunidades fueron mínimas. Aún así, difundió su deseo a mi mamá y tías. Fue criticada por ayudar a pagar la educación de sus hijas, siendo el pensamiento de los demás que no valdría la pena ya que terminarían casadas. Pero la esencia de independencia se mantuvo generación tras generación en mi familia.
El apoyo es mutuo, como cuando mis tíos se reunieron para dibujar y colorear el proyecto final de la carrera de enfermería de mi abuelita. O cuando yo la acompañe de niña a sus clases de tejido. La educación es lo único que no se puede quitar y es el mayor regalo que mi familia me ha dado.
Hoy entiendo que soy el resultado de mujeres perseverantes pero también humildes, que generación por generación han limitado sus propias oportunidades para cederle un beneficio mayor a la siguiente. Soy el producto de miles de sacrificios.
Comparto esta historia porque sé que no soy la única. Historias como la de mi familia hay miles en USC, en Los Ángeles y en el mundo. Nuestras historias y las de nuestro matriarcado como latinas son ejemplares; representan qué tan lejos hemos y podemos llegar. Aunque muchas veces sentimos envidia y rencor a los que llegan tan lejos con tan pocas dificultades, hay que recordar que nuestros logros representan mucho más que a nosotros mismos.
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