Hispanohablante pero no latina
— ¿Eres latina? — me preguntan. Es una suposición a la que me he acostumbrado.
— No.
— Pero hablas como latina —, responden.
— No lo soy.
He estado aprendiendo español por los últimos 16 años. Empecé cuando tenía tres años y nunca paré. Leo libros, periódicos, artículos y poesía en español. Escucho música en español de artistas como Rosalía, Bad Bunny y Eladio Carrión. Cocino meriendas latinas como buñuelos, elotes, un pico de gallo muy rico y tostadas con queso blanco. Hablo con hispanohablantes de diferentes países. Entiendo, en su mayoría, las diferencias entre los distintos acentos. Y ahora estoy escribiendo un artículo completamente en español. Pero no soy hispanohablante.
Mis padres siempre me animaron a aprender la lengua, pero desde un lugar útil, no de cariño. Ellos hablan su lengua materna — el turco — e inglés. Mi mamá también habla un poco de francés, mientras que mi papá habla un poco de alemán y entiende un poco de español. En mi vida, he viajado a siete países hispanohablantes, desde España hasta Cuba y Chile. Crecí en una casa que valoraba las lenguas y siempre estaré agradecida por eso.
Saber tanto de otras culturas, lenguas e historias sin ser parte de las comunidades es una experiencia muy surrealista. Aprendí español en la escuela, como mucha gente en los Estados Unidos. Por esa razón, a veces siento una desconexión cuando hablo con un hispanohablante real. No sé las jergas, ni los chistes, ni las referencias a la cultura popular, y ese hecho siempre me excluirá.
Juro que no estoy quejándome. Entiendo mi lugar como alguien que no es latine. Aunque a veces me pone triste no poder celebrar los días de festivos — Día de los Muertos, los días de independencias, etc. — me hace feliz ver a otros haciéndolo, especialmente en una ciudad como Los Ángeles, donde casi la mitad de la gente es latina.
Para añadir al contexto, soy de Kalamazoo, Michigan. En Kalamazoo, si un restaurante latine no vende únicamente bottomless margaritas todos los días, es una victoria. Si no vas a una de las cinco tiendas latinas en la ciudad, probablemente no vas a escuchar español en público. Fue muy difícil practicar una lengua cuando casi no había gente con la que practicar.
Otra dificultad fue el medioambiente de mis clases. Exceptuando las clases de nivel avanzado, siempre estaba en un lugar donde la mayoría de mis compañeros de clase no querían estar. El español era algo forzado, como un quehacer. Mientras yo estaba aprendiendo con amor y vigor, mis amigos estaban esperando que la clase terminara.
La mayoría de mis maestras, a quienes les doy gracias cada día por enseñarme el idioma, eran de EE. UU. (como dije, no tenemos muchos hispanohablantes en Kalamazoo). Cada una era magnífica, pero había un problema muy obvio: el acento estadounidense.
La mayoría de la gente que aprende español en la escuela — no de cultura o familia — tiene un acento estadounidense muy distintivo. Siempre puedes reconocer que no son hablantes nativos y, en general, no es un problema. Pero a mí, como alguien que quería aprender español sin este acento, me complicó el aprendizaje. Ahora, cuando hablo, es difícil comprender que no soy hispanohablante, pero me han dicho que tengo mi propio acento — no de un país específico, sino mi propio acento.
Pues, esta es mi historia — alguien que puede actuar como hispanohablante (claro, con limitaciones) pero no serlo. Siempre apoyaré a la comunidad latina cuando me necesiten y guardaré silencio cuando sea necesario. Me siento honrada de saber tanto sobre sus historias, culturas, comidas, músicas, y claro, su lengua.